Esperanza
Existen etapas en la vida de las personas en las que el miedo marca cada paso que dan. Ese miedo inunda cada parte de sus almas y lo cubre todo de oscuridad y desesperanza.
Yo fui una de ellas.
No quisiera dar lecciones de vida. Pero para todos aquellos que necesitáis palabras de esperanza y las buscáis entre los espacios de mis frases, aquí las encontraréis.
Recuerdo un día en que mi vida, hace trece años, marcó mi existencia. Mi infancia se quebró y no me di cuenta hasta que pasaron varios años. Andaba, sin rumbo, en caminos de tierras movedizas, con personas que me acompañaban, pero sintiéndome sola.
Aguanté, con la delicadeza con la que se mantiene un castillo de naipes, temiendo a cualquier brizna de aire que pudiera derrumbarme.
Y esa pequeña brisa llegó un día, con nombre y apellidos, con una vida a sus espaldas, con vivencias propias, dolores de cabeza y risas incontroladas. Llegó, y no lo esperaba. Llegó y rellenó todos los vacíos que tenía dentro de mí. Y me aferré a aquello que creía que era vida.
Pero, igual que llegó, sin previo aviso, se marchó. Rompiendo en mil pedazos aquel palacio de cristal que construí con él.
Dolió como no creía que podría doler. Sin saber cuándo sanaría aquella herida.
Son momentos de tempestad, de tristeza, de locura, de incertidumbre. Porque no sabes cuándo acabará esa tortura.
Pero acaba. Y parece mentira.
A todos aquellos que leéis mis entradas en el blog, os dedico esto. Muchos me habéis contado vuestras experiencias y vuestra situación actual.
No temáis. Se pasa.
Yo también buscaba desesperadamente la salida de aquel infierno. Y, la única solución que hallé fue la paciencia. Esperar que pasara el tiempo y tener una buena compañía que lo hiciera más ameno.
Tener paciencia y, sobre todo, saber apreciar cada momento, cada lección, porque, al final del camino, me sentí mucho más sabia, más fuerte, más valiente. Aprendí, y eso es lo más bonito que pudo darme la vida.
Aprendí a quererme por encima de todas las personas y de todos los errores que pueda llegar a cometer. Me perdoné por todas las veces que perdí el tiempo, por todas las decisiones erróneas que tomé.
Y, sobre todo, aprendí a estar sola y a convivir conmigo misma, a escucharme y descifrar aquella mente que un día se desestructuró.
No perdáis la esperanza. Son solo momentos en la vida, etapas. Y, como todo lo que tiene un principio, también tiene un final.
Hay que saber mirar más allá de donde terminan nuestros pies, y sabremos apreciar que todo ocurre por algo, que la vida nos da lecciones que debemos aprender, y nos las repetirá hasta que las tengamos claras.
No tengáis miedo de caeros. Hacedlo, porque la vida desde el suelo se ve de otra manera.
Yo fui una de ellas.
No quisiera dar lecciones de vida. Pero para todos aquellos que necesitáis palabras de esperanza y las buscáis entre los espacios de mis frases, aquí las encontraréis.
Recuerdo un día en que mi vida, hace trece años, marcó mi existencia. Mi infancia se quebró y no me di cuenta hasta que pasaron varios años. Andaba, sin rumbo, en caminos de tierras movedizas, con personas que me acompañaban, pero sintiéndome sola.
Aguanté, con la delicadeza con la que se mantiene un castillo de naipes, temiendo a cualquier brizna de aire que pudiera derrumbarme.
Y esa pequeña brisa llegó un día, con nombre y apellidos, con una vida a sus espaldas, con vivencias propias, dolores de cabeza y risas incontroladas. Llegó, y no lo esperaba. Llegó y rellenó todos los vacíos que tenía dentro de mí. Y me aferré a aquello que creía que era vida.
Pero, igual que llegó, sin previo aviso, se marchó. Rompiendo en mil pedazos aquel palacio de cristal que construí con él.
Dolió como no creía que podría doler. Sin saber cuándo sanaría aquella herida.
Son momentos de tempestad, de tristeza, de locura, de incertidumbre. Porque no sabes cuándo acabará esa tortura.
Pero acaba. Y parece mentira.
A todos aquellos que leéis mis entradas en el blog, os dedico esto. Muchos me habéis contado vuestras experiencias y vuestra situación actual.
No temáis. Se pasa.
Yo también buscaba desesperadamente la salida de aquel infierno. Y, la única solución que hallé fue la paciencia. Esperar que pasara el tiempo y tener una buena compañía que lo hiciera más ameno.
Tener paciencia y, sobre todo, saber apreciar cada momento, cada lección, porque, al final del camino, me sentí mucho más sabia, más fuerte, más valiente. Aprendí, y eso es lo más bonito que pudo darme la vida.
Aprendí a quererme por encima de todas las personas y de todos los errores que pueda llegar a cometer. Me perdoné por todas las veces que perdí el tiempo, por todas las decisiones erróneas que tomé.
Y, sobre todo, aprendí a estar sola y a convivir conmigo misma, a escucharme y descifrar aquella mente que un día se desestructuró.
No perdáis la esperanza. Son solo momentos en la vida, etapas. Y, como todo lo que tiene un principio, también tiene un final.
Hay que saber mirar más allá de donde terminan nuestros pies, y sabremos apreciar que todo ocurre por algo, que la vida nos da lecciones que debemos aprender, y nos las repetirá hasta que las tengamos claras.
No tengáis miedo de caeros. Hacedlo, porque la vida desde el suelo se ve de otra manera.
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