50 días


Cuando un día conseguí llegar sana y salva a tierra firme tras haber estado meses a la deriva en un mar cuya furia desearía el mismísimo diablo, me dediqué a recoger los pedazos de mi alma.

Contra todo pronóstico, me sané. Pero mi visión de aquello que llaman amor cambió por completo. Y dejé de creer en él.

Y sin miramientos, la vida, esa que tantas veces me la ha jugado, te puso en mi camino. 

Quise taparme los ojos, como los niños hacen creyendo así que no son vistos por los demás.
Pero tú me estabas viendo. Me mirabas y observabas de cerca las ruinas que quedaban de mi imperio tras aquella guerra.

Y entraste. Con una bandera blanca, en son de paz, prometiendo enseñarme cosas que ni tú sabías.

Y se encendió la luz en aquel cuarto que cerré con llave y tapié con los ladrillos y el cemento más duros que encontré.

Y así fue como apareciste. Y así fue como estuviste, leyendo mis gestos y abrazando mis monstruos, aquellos que se niegan a abandonarme.
Y fuiste. Y te quise. Como tú me quisiste. Como siempre he merecido.

Y, así como vino, se fue. De pronto, en aquella habitación se fundió la luz y quedé a oscuras. Sola, de nuevo.

Quise llorar y lloré. Grité por dentro. La rabia se apoderó de mí y me mordí la lengua, hasta envenenarme con palabras que querían salir a borbotones. Y, sin embargo, me callé.

Y, al día siguiente, abrí los ojos y caí en la cuenta de que no estabas. Ya no estabas. Y me senté en el borde de la cama, miré hacia la pared y me dije a mí misma que el mundo continuaba donde tú lo habías dejado, entre besos y caricias.
Y me levanté y continué.

Ya no hay oportunidades para repetir aquellos besos que nos faltan uno x uno, ni para querer los lunares de tu cuerpo entero, ni para seguir creyendo que aquel fue el mejor momento, ni para que vuelvas a sentirte obsesionado por mí, porque ya no soy tuya ni tú eres para mí.
Ya no volverás a escaparte conmigo, ni nos iremos enamorando, que ya no voy descalza a tu templo ni voy a rezar a la religión de tu cuerpo.
Ya no somos el tesoro del otro que tanto guardamos con celo, ni te comería con pan y mantequilla.
Ya no quiero que me dejes esta noche soñar contigo, y que ya no vuelo por las alturas mientras tú me esperas en la tierra para darme gloria.

No existe un nosotros. Solo queda el recuerdo de 50 días de magia que me regalaste.




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