Ni cuentos ni hadas

La vida no es todo un camino de rosas.
Y de eso me he dado cuenta.

He creído tenerlo todo y he apostado por lo que tenía.
He visto como todo encajaba pero, de pronto, algo se descuadra y la maquinaria empieza a fallar. Suena la alarma de peligro y cunde el pánico.
He tenido que respirar hondo y visualizar lo que estaba ocurriendo.

Y pensando mucho, no logro entender cómo es posible fallarle a alguien que ha creído tanto en ti.

Y empiezo a dejar de confiar en aquello en lo que creí tanto.

La rabia a veces me acompaña durante horas, y aprieto los dientes.
Veo cómo está ahí, pendiente de cada movimiento que hago, de cada palabra que escribo. Pero juega al escondite, alargando una partida que acabó hace tiempo.

El coraje se apodera de mí cuando no llego a comprender cómo puede decirme a la cara lo importante que soy y que actúe de una manera completamente contraria.

Y vuelvo a recordarme que es fácil hablar, prometer, jurar, escribir y regalar poemas. Lo difícil es actuar, demostrar, cumplir. Sólo los valientes son capaces de eso. Y cada vez quedan menos luchadores. 

Y me sigo recordando que nadie da más cuando puede dar menos, que la decepción espera a la vuelta de la esquina deseando hacer acto de presencia, que la vida no es un cuento de hadas. No existen los príncipes azules, ni las madrastras malvadas, ni las hadas madrinas que te aconsejan mientras vuelan revoloteando a tu alrededor.
Solo una cosa es cierta: existen las princesas. Soy una princesa de mi propia historia, pero sin corona. Soy una princesa con escudo, espada y armadura, lista para luchar en todas las batallas.

Se acabó buscar cuentos con final feliz. Toca ser feliz sin tanto cuento.



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