Nueva etapa

Han pasado meses.
Meses de nervios, de incertidumbre, de miedos. Meses con expectativas muy grandes.

Cuando se iba acercando la fecha de mi partida, las emociones se sentían en el ambiente. Nadie quería vivir esa despedida. Pero era algo inevitable.

Y llegó el día en el que me subí a ese avión, sin querer mirar atrás, porque delante de mí se encontraba mi futuro. Un futuro al que le tenía tanto miedo como ganas.
Y pisé un suelo que no era el que conocía, que no era el que me vio crecer. Y pasé horas con personas que no eran las mías. Y el mundo se me venía encima.

Ahí fue cuando me di cuenta de que había salido de mi zona de confort. Esa de la que tanto hablan. Cruzando ese límite y alcanzando el lugar donde se encuentra aquello que es precisamente lo que necesito, aquello que da miedo y que me hace bien.

Cuando sales de esa zona de confort, todo tiembla. Ves cómo todo a tu alrededor se desmorona y no puedes frenarlo. Los muros en los que antes vivías se vienen abajo, dejándote sola, sin protección, buscando la manera de volver a construir tu fortaleza.

Y, entre tantos terremotos, volvieron a mi mente montones de recuerdos. Recuerdos que desvelan más que un buen café. Y esos sentimientos que un día enterré, alcanzaron la superficie de mi suelo, agarrándome y queriendo arrastrarme al fondo.
Y tuve que pararme a respirar hondo, a no dejarme llevar por todas esas sensaciones.

He recordado a aquellos que compartieron su vida conmigo en algún momento. Se me han abierto viejas heridas y he querido hundirme en ese escozor.
He querido buscar y hallar cosas que sabía que me harían daño.
Y por querer, quise volver. A mi casa, a mi gente, a mi tierra.

Pero recapacité por un momento y decidí que no era el momento de venirse abajo. Que ahora es cuando estoy viviendo mi vida. La real. Sin anestésicos que me coloreaban la realidad y la hacían casi ficticia. Había olvidado qué era sentir miedo, y ahora ha llamado a mi puerta. Y he estado tentada en abrírsela, pero he echado el cerrojo.

Me tomo esta etapa como un exilio de aquellos que me hicieron daño, para ver desde otra perspectiva todo lo que ha ido ocurriendo en mi vida en estos dos últimos años.
Esta es la prueba definitiva para darme cuenta de que solo estoy yo conmigo. Y, definitivamente, viviré esta etapa cómo he aprendido a vivir tras tantas guerras.

Si fui una superviviente de mí misma, ahora lo seré de todo lo que quiera ponerme la vida por delante.

Me hice amiga del demonio y ahora lo tengo de mi parte.

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